Ya sin palabra alguna
Y entonces henos aquí como dos mares que en la comisura de unos labios inertes
han hecho una marea que no baja a pesar de esa luna
que detiene tu mano como si de una gota de llanto se tratase,
perdidos en el aroma de un cabello que asciende hasta otro aroma
que es la piel misma húmeda, una piel no creada sino sólo tomada
de esa sustancia que es la infinidad misma y dispuesta sobre otra piel,
la tuya, sobre otro rostro, el tuyo, no para embellecerlo sino para prolongarlo,
para dotarlo de algo que algunos llaman eternidad y algunos más instante,
ese vacío entre un mundo y otro mundo, entre una creación y otra,
en una totalidad y otra totalidad. Y tú, en la noche, no el noche humana
sino en la noche de un hombre en cuyos ojos halló el ámbar sus hijas predilectas
pues de ti estaban llenos, tus imágenes súbitas colmaban esos irises
como colma la música el alma inusitada de la más fabulosa sinfonía.
Henos aquí, fantasmas donde la luz resbala, donde el alba resbala, donde resbala el día
como el agua en el musgo de los muros ancianos de un país derrumbado,
henos aquí como viento y como flautas que el viento ha nutrido,
como el ruido inhóspito de los desvanes que el miedo ha vuelto súbito misterio,
como canciones altísimas que alguien escribió con deleite y quemó con venganza,
como arbustos sembrados en la lluvia o semillas dejadas sobre el pecho sin vida,
como los bancos donde alguien narró la historia del mundo y luego quiso callarse
y consiguió callarse y consiguió no decir más palabra alguna.
Henos aquí buscando el alpiste estelar y la rama que el ángel ha vuelto ya ceniza,
buscando la capa donde el frío no es más que pasos lejanos y pasillos desiertos,
bajando escalones interminables en busca de lo que fue olvidado en una niñez
donde toda felicidad quería decir ignorancia y toda lluvia quería decir tristeza,
donde todo labio tocado no era un sabor sino una condenación,
donde toda ventana carecía de horizonte más no de lejanía,
donde todo mar era un sueño y todo sueño era un instante de paz en la noche terrible.
Henos aquí tan desnudos y sin embargo tan vestido: estos abrigos lentos como párpados
que en la tarde de invierno no encuentran su descanso entre tantas camisas,
estas largas bufandas de una lana tan gruesa como el cuello inflamado de un ahorcado mísero,estos zapatos tiesos forrados con el cuero de formidables búfalos.
Henos aquí en este patio que es el centro del mundo y la orilla del viento envejecido,
amos de este presente pero vencidos por lo que la memoria nos ha dado por cierto:
Estos días que flotan en las oscuridad como mínimos barcas en el interminable mar
que se abre hacia cuatro horizontes y todo lo rebasa.
Henos aquí con los labios llenos de una canción de amor que ninguno podría cantar
porque se nos ha olvidado cómo poder cantar sin volverse repentinamente a la plegaria
y en la plegaria pedir por el perdón y por el olvido y por la resurrección, no de la carne,
sino del cielo mismo que solía abrazarnos como un padre amoroso.
Henos aquí intentando volver a donde la luz ya no se atreve:
A ese sitio en medio de una tormenta que deglutió el camino del súbito relámpago.
Y entonces henos aquí como dos mares que en la comisura de unos labios inertes
han hecho una marea que no baja a pesar de esa luna
que detiene tu mano como si de una gota de llanto se tratase,
perdidos en el aroma de un cabello que asciende hasta otro aroma
que es la piel misma húmeda, una piel no creada sino sólo tomada
de esa sustancia que es la infinidad misma y dispuesta sobre otra piel,
la tuya, sobre otro rostro, el tuyo, no para embellecerlo sino para prolongarlo,
para dotarlo de algo que algunos llaman eternidad y algunos más instante,
ese vacío entre un mundo y otro mundo, entre una creación y otra,
en una totalidad y otra totalidad. Y tú, en la noche, no el noche humana
sino en la noche de un hombre en cuyos ojos halló el ámbar sus hijas predilectas
pues de ti estaban llenos, tus imágenes súbitas colmaban esos irises
como colma la música el alma inusitada de la más fabulosa sinfonía.
Henos aquí, fantasmas donde la luz resbala, donde el alba resbala, donde resbala el día
como el agua en el musgo de los muros ancianos de un país derrumbado,
henos aquí como viento y como flautas que el viento ha nutrido,
como el ruido inhóspito de los desvanes que el miedo ha vuelto súbito misterio,
como canciones altísimas que alguien escribió con deleite y quemó con venganza,
como arbustos sembrados en la lluvia o semillas dejadas sobre el pecho sin vida,
como los bancos donde alguien narró la historia del mundo y luego quiso callarse
y consiguió callarse y consiguió no decir más palabra alguna.
Henos aquí buscando el alpiste estelar y la rama que el ángel ha vuelto ya ceniza,
buscando la capa donde el frío no es más que pasos lejanos y pasillos desiertos,
bajando escalones interminables en busca de lo que fue olvidado en una niñez
donde toda felicidad quería decir ignorancia y toda lluvia quería decir tristeza,
donde todo labio tocado no era un sabor sino una condenación,
donde toda ventana carecía de horizonte más no de lejanía,
donde todo mar era un sueño y todo sueño era un instante de paz en la noche terrible.
Henos aquí tan desnudos y sin embargo tan vestido: estos abrigos lentos como párpados
que en la tarde de invierno no encuentran su descanso entre tantas camisas,
estas largas bufandas de una lana tan gruesa como el cuello inflamado de un ahorcado mísero,estos zapatos tiesos forrados con el cuero de formidables búfalos.
Henos aquí en este patio que es el centro del mundo y la orilla del viento envejecido,
amos de este presente pero vencidos por lo que la memoria nos ha dado por cierto:
Estos días que flotan en las oscuridad como mínimos barcas en el interminable mar
que se abre hacia cuatro horizontes y todo lo rebasa.
Henos aquí con los labios llenos de una canción de amor que ninguno podría cantar
porque se nos ha olvidado cómo poder cantar sin volverse repentinamente a la plegaria
y en la plegaria pedir por el perdón y por el olvido y por la resurrección, no de la carne,
sino del cielo mismo que solía abrazarnos como un padre amoroso.
Henos aquí intentando volver a donde la luz ya no se atreve:
A ese sitio en medio de una tormenta que deglutió el camino del súbito relámpago.
Jorge Galán,
seudónimo de George Alexander Portillo
de su libro Breve historia del alba
Escritor y poeta salvadoreño nacido en 1973.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home