jueves, agosto 17, 2006

Breve carta al ex Jefe

Ayer fue una tarde llena de impedimentos en el transporte público capitalino ante la imposibilidad de trasladarme por algún medio que no fuera un taxi; el metro parado y atiborrado, los metrobuses a reventar y la inexistencia de micros sobre Insurgentes. No me quedó más remedio que tomar un taxi. El taxista comenta que todo el caos es resultado de los campamentos sobre Reforma promovidos por usted. Pienso en el nombre de su organización política y me altera un poco mi estado de ánimo: “Por el Bien de Todos”. Para empezar debí aconsejarle antes de mi partida que no iniciara su campaña con esa frase; eso lo hubiera dejado para antecesoras generaciones. Pareciera haberse concentrado en personas de la tercera edad necesitadas de su caridad. Sólo hago el esfuerzo de asimilar su frase de campaña frente a las alteraciones a la vida cotidiana de los habitantes de a pie y lodo.
Hoy por la tarde me encontré con unas ancianas indígenas en las escaleras de cierta estación del metro que pedían limosna. Espero no se haya olvidado de estas ancianas. Sólo le recuerdo que se encuentran vulnerables frente al paso de miradas que las ignoran. No hablan español y permanecen postradas por horas enteras. Más adelante observo las caricaturas referentes a los actores políticos que influyeron para evitar la llegada de su democracia. (Que conste que no pertenezco al PAN ni al PRI, pero tampoco a su Coalición). Alrededor de estas caricaturescas personalidades no puedo dejar de compararlas con el entorno citadino que se resiste a la agonía a pesar de los agravios que sufre: las señoras con sus flores, los vendedores ambulantes y entusiastas, las indígenas ancianas y su fuerza, los músicos y su folklore y los cientos de individuos –los cuales me incluyo- que vivimos día a día. Mi estimado ex jefe espero que sus luchas y resistencias que amenazan con la desobediencia civil y la reivindicación del espurio nacionalismo tengan la sensibilidad de comprender nuestras prioridades. Muchas gracias.

Citoyen

Apago luces

Dicen algunas lenguas
que con enredaderas
me atas a la sepultura,
que tus brazos me ocultan
el tembloroso brillo
que brota de la estrella.

Que revuelves la tierra,
la entibias con tus manos
y apañas la esperanza
de entregarle mis huesos.
Esas palabras negras
son como aguas revueltas
en ríos de venganza.

Yo apago luces, cierro llaves
y bailo trescientas horas contigo
al son de las campanas.
El silencioso tiempo
se mueve a nuestro lado,
me asomo a sus espejos
y no me reconozco.
¿Acaso estoy para agonías
con esta sangre ardiendo?

María Elena Cerecero